Tecnología o La maldición de Prometeo
Platón cuenta en su diálogo Protágoras la génesis del mundo, en la que los dioses encargaron al Titán Prometeo, y su hermano Epimeteo, que concediesen a las especies mortales los dones que las permitirían vivir en el recién creado mundo. Epimeteo gastó todo los dones en las bestias, y cuando le llegó el turno a los seres humanos, Prometeo, cuyo nombre significa "el que ve el porvenir", viendo la indefensión e ignorancia en la que quedaba el ser humano se apiadó y robó el fuego a Hefesto y la sabiduría de las artes a Atenea ofreciéndoselas al Hombre como regalo. Al final, el conjunto de sus actos le valieron la ira de Zeus y el encadenamiento en el Cáucaso.
No obstante, Prometeo se vio obligado a hacer algo más: enseñar al hombre la técnica: la capacidad, que como un apéndice, permite al Hombre controlar los dones recibidos: dominar el fuego, domesticar a los animales, construir barcos, observar las estrellas, usar y moldear los metales, dominar el arte de contar y escribir, y sanar sus dolencias.
Por tanto, a diferencia con el resto del reino animal, los dones de la Técnica nos obligan, tal como relata Daniel Mundo en su prólogo a los textos escogidos de Lewis Mumford (Ediciones Godot, Ciudad de Buenos Aires; 2008), a inventar un "mundo artificial" para poder vivir. Mumford, que defiende un concepto humanizado del hombre, indica que “la técnica es neutral” y que el uso que se haga de ella es el que proporciona la positividad o negatividad de sus efectos. Su humanismo empedernido no le deja aceptar, del todo, la sumisión que sufre el hombre frente al aparato que él mismo creó y que paralelamente, a los avances en la tecnología de la comunicación se traducen en adelantos en el sistema económico, el sistema político, la distribución de mercancías y las desigualdades en las esferas de la vida social.
Desde nuestra perspectiva histórica de un incipiente mundo globalizado, esta bonanza y neutralidad son de un gris sospechoso. La interconexión del mundo físico y el virtual mediante las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) se hace cada vez más sólida y parece clara la dependencia de nuestra civilización y cultura de las mismas. Nuestras megalópolis modernas dependen de una red de infraestructuras que hacen que nuestras relaciones vitales dependan cada vez más de las TIC tanto a nivel personal cómo social lo que nos plantea nuevos retos como el desarrollo humano en la era tecnológica del conocimiento, la protección de los servicios básicos y la protección de todo el acervo intelectual y de conocimiento que, cómo un nuevo apéndice, conforman nuestro patrimonio cultural como sociedad del siglo XXI.
Estos nuevos retos nos llevan a la creciente dependencia y preocupación de la sociedad por el buen funcionamiento de las infraestructuras, en especial las estrechamente ligadas a las TIC, lo que constituye un punto de inflexión para repensar la seguridad de las mismas dada la progresiva preocupación, por los ataques a infraestructuras críticas que se han convertido en uno de los grandes temores en materia de Ciberseguridad.
Si acorde con la mitología griega Prometeo nos enseñó la Técnica, porque en un principio no fuimos capaces de aprovechar los dones concedidos, nuestro siguiente campo de aprendizaje será mantener unos servicios esenciales universales (proporcionados por unas infraestructuras que pasan al ser críticas) que ya proyectan retos tecnológicos, de innovación, sociales y, por supuesto, de seguridad (y en especial de Ciberseguridad) que tendremos que superar para alcanzar esta nueva frontera tecnológica que se abre, y que, Prometeo probablemente debió prever en nuestro porvenir.