Actualmente en el mundo de los pagos electrónicos, existen tres grandes categorías, los más abundantes y establecidos son aquellos pagos electrónicos basados en tarjetas en lo que en el momento de la transacción existe presencia física por parte del pagador y del pagado.
Hasta ahora he estado realizando reflexiones sobre ciertos fundamentos al realizar un pago electrónico, fundamentalmente al usar una tarjeta de crédito o débito, ya que son el instrumento de pago más extendido, y que actualmente tiene una usabilidad y conveniencia bastante altas por parte de los usuarios, y son bastante eficientes desde el punto de vista de los diversos actores de este ecosistema.
Es difícil hacer predicciones, especialmente sobre el futuro. La parte negativa de hacerlas, es que alguien las apunte para recordártelas cuando no se han cumplido. A pesar de todo, quiero escribir una reflexión personal de cómo, los reguladores, al imponer precios máximos en las tasas de intercambio pueden suponer un freno a la innovación en pagos.
Todos los que estamos en el mundillo de los pagos electrónicos en banca, llevamos años oyendo el advenimiento de los pagos en movilidad. Pese a que es un tema fascinante, ya que entra dentro de la categoría de lo futurible, a veces tengo la sensación personal que nos hemos estado centrando más en lo que nos gusta hablar, que en la realidad que estamos gestionando.
Uno de los temas más calientes, que han dominado todas las conversaciones en el sector, durante los dos últimos años, han sido y son los pagos móviles. Aquellos sistemas que gracias a los nuevos dispositivos de telecomunicaciones que han aparecido en el mercado, proponen una evolución de la manera que se realiza el pago que un cliente realiza actualmente con una tarjeta, en un comercio.
Respecto a los medios de pago, que todos usamos todos los días sin prestarle una gran atención, hay algo que la mayoría de los ciudadanos ignoramos: que los costes de mantenimiento de los diferentes medios de pago son bastante elevados, tanto en sus cifras globales, como para la sociedad a la que están dando servicio.
En las sociedades preindustriales, quién era quien se resolvía a una escala muy local, las personas quedaban circunscritas en aldeas o pueblos, y su identidad era resuelta por su origen, profesión o característica fundamental (hijo de, carnicero, o tonto del pueblo). Bajo una perspectiva actual, el problema de la identidad ya existía, pero era muy pequeño y con pocas implicaciones.
¿Por qué es tan importante la lucha contra el fraude?