Toda actividad empresarial siempre ha estado expuesta a enfrentar eventos inesperados y a adaptarse al cambio, pero la manera de gerenciar negocios hoy es mucho más compleja de lo que era hace apenas un par de décadas. Mientras que antes, los procesos realmente complejos se entendían solo a nivel de grandes organizaciones, hoy la mayoría son considerados complejos, por la interconexión con múltiples otros, debido al desarrollo de las tecnologías de información que traen grandes beneficios.
El empresario en el siglo XXI requiere comprender que no basta ser eficiente para tener éxito, sino que es necesario diferenciarse de los competidores en la forma de concebir cada negocio.
Los expertos sostienen que a mayor diferenciación, mayor será la ventaja competitiva. Otros van más allá, consideran que la diferenciación es la base de toda estrategia efectiva.
El empresario en el siglo XXI requieres comprender que no basta ser eficiente para tener éxito, sino que es necesario diferenciarse de los competidores en la forma de concebir cada negocio.
Los expertos sostienen que a mayor diferenciación, mayor será la ventaja competitiva. Otros va más allá, consideran que la diferenciación en la base de toda estrategia efectiva.
Toda organización empresarial tiene entre sus principales objetivos el lograr crecer en forma continua.
Para ello, apela a estrategias tales como: aplicar políticas agresivas de precios, ampliar su gama de productos o servicios, activar fusiones y adquisiciones, entre otras. Sin embargo, si la experiencia que vive el cliente al interactuar con la empresa no lo deslumbra, el crecimiento no será sostenible.
La globalización, la tecnología, la inestabilidad y la impredictibilidad han traído como resultado un escenario complejo.
El deseo de todo líder empresarial es lograr que su organización funcione con excelencia, lo que se traduce en resultados positivos para todos los relacionados directa o indirectamente con la firma.
Sin embargo, la evidencia muestra que es muy difícil sostener la excelencia en el mediano plazo. Un estudio realizado por la prestigiosa McKinsey, a través de Scott KelleryColin Price, da cuenta de que solo un tercio de las empresas evaluadas mantienen esta condición.
La sociedad está programada para transmitir constantemente que el fracaso es malo.
Esta creencia hace que a las organizaciones se les haga difícil aprender de sus errores.
Los líderes deben comprender que los fracasos tienen diversos matices, que ocurren por diferentes factores y, según el caso, habría que distinguir cuándo buscar responsables a quienes culpar y cuándo identificar a aquellos que sortearon adecuadamente el “temporal” y que, a pesar del fracaso, se merecen una felicitación.
¿Qué fue lo que pasó? ¿Cómo así no se denunció lo que se venía gestando antes de la grave crisis financiera que hasta hoy sigue remeciendo al mundo?
¿Cómo se puede explicar que corporaciones se comportaran como si no hubiera un mañana?
¿Puede la ambición desmedida cegar a las organizaciones que impulsaron los instrumentos financieros que terminaron detonando al sistema y en el camino a ellas mismas?
La cultura de una organización define cómo es que actúa su gente en el día a día. La Empresa debe tomar decisiones continuamente sobre diferentes tópicos; por lo tanto, será la calidad de estas decisiones la que marcará la diferencia entre organizaciones de alta performance y las mediocres.
A veces resulta tentador pensar que todas las empresas que pertenecen al grupo de alta performance tienen culturas similares, pero en la práctica no es así. Cada una tiene personalidad propia.
Una de las características que se le exige al gerente en el siglo XXI es la de ser todoterreno, lo que implica procesar múltiples tareas al mismo tiempo. A esto se lo conoce como “multitasking”. El ritmo frenético que imprime el rigor de un día de trabajo, colmado de citas, comités, videoconferencias, más atender el correo electrónico y analizar mucha información lleva irremediablemente a cuestionar cuál debe ser el método más efectivo por utilizar.